El Jefe


¿Se acuerdan de Grima Lengua de Serpiente? En El Señor de los Anillos, Grima se hacía pasar por consejero de Théoden, pero era en realidad un espía de Saruman que con sus artimañas debilitó durante años al rey, llegando al punto de controlarlo y hacer que el reino de Rohan cayera, junto a su monarca, en decadencia. Pero no es de Grima que se trata esto, sino de otra persona: Javier Mascherano.
    A Mascherano la puerta del fútbol grande se la abrió nada más y nada menos que Marcelo Bielsa, quien vio en ese juvenil de River la carta para asegurar el futuro de la Selección Argentina y lo hizo debutar en el equipo nacional antes de que jugara siquiera un minuto en su club. Para ese segundo debut hubo que esperar un poco más. Y cuando llegó, así lo contó el diario Olé: “En el descuento, el pibe que ya jugó en la Selección entró por Crosa y le robó una bola importante a Tilger. Pellegrini lo mandó de 4 (Rojas iba a ser el 6), pero Pereyra se metió atrás y le dejó el centro del mediocampo. El DT dio el okey para esa modificación.” El dato de que Mascherano salió a la cancha con una indicación del técnico pero jugó a otra cosa, tal vez a lo que él quiso, no debería pasar desapercibido.
    Desde aquel primer partido en el 2003 han pasado ya casi quince años y en el medio muchas cosas han cambiado. Por ejemplo, hoy en día ya no hace falta decir quién es Mascherano. A lo sumo corresponde dar alguna noticia: tres lustros después, Javier Mascherano ya no forma parte de la Selección Argentina, una decisión tomada hoy mismo al calor de la derrota en octavos de final del Mundial 2018 frente a Francia. Una derrota que se suma a una lista dolorosa de finales perdidas, torneos malogrados y proyectos truncos.
    No corresponde decir que Mascherano es el artífice único de esta derrota en particular. Para que la Argentina se volviera de Rusia mucho antes de lo que cualquiera hubiese querido tuvieron que alinearse en formación apocalíptica varios astros, desde la aparición imprevista de lesiones clave que afectaron la conformación de la convocatoria inicial hasta un estado de caos absoluto que se impuso sobre la Asociación del Fútbol Argentino y que comenzó cuando la Muerte se llevó a Julio Grondona, cuya ausencia desnudó la falta de planificación, de proyecto y hasta de armonía interna dentro de un organismo que hasta ese momento era dirigido con la claridad y la firmeza del corruptísimo mandamás. Del mismo modo que la Argentina llegó a tener cinco presidentes distintos en once días, la Selección tuvo tres técnicos diferentes en tres años. Cuando llegó el Mundial, el que daba las indicaciones al costado de la cancha era Sampaoli, otro agente del caos más, sólo que más impredecible, hermético e indescifrable que cualquier otro cachivache que se haya puesto el buzo de DT más importante del país. Pero volvamos.
    Mascherano, en estos últimos quince años, pasó de joven promesa a veterano de mil guerras. No elegimos estas palabras arbitrariamente. Son las que Mascherano, poco a poco, se encargó de que se asociaran a su figura. Partido a partido, Mascherano forjó su mito. El mito del guerrero, del héroe que se deja la piel en cada pelota y que está atento a todo lo que pasa en la cancha. El líder que con su arenga aclaró la mente de Sergio Romero en la tanda de penales más importante de su vida (de Sergio Romero ya hablamos en otro artículo, inédito aún). El mártir que, en sus propias palabras, se “desgarró el ano” en ese mismo partido impidiendo que Arjen Robben convirtiera un gol in extremis y le arrebatara a la Argentina la posibilidad de disputar en Brasil 2014 su primera final del mundo desde Italia 1990.
    Poco importa qué pasó con el ano del aguerrido mediocampista. En todo caso, es posible imaginar que tardó en sanar: en 2015 y 2016, con Mascherano ocupando todavía el rol clave de cinco de contención, la Selección Nacional perdió dos finales de Copa América seguidas. El saldo de estas derrotas fue tan bravo como el ex capitán, y permitió que se acusara de fracasados a un grupo de futbolistas que no sólo habían conseguido muchísimo más que los de todas las generaciones anteriores, sino que contaban entre sus filas con el mejor futbolista de la historia, Lionel Andrés Messi.
    No hay que confundirse. Más allá de los gustos de cada uno, Javier Mascherano fue desde sus inicios un futbolista de fuste con una carrera que hasta hace muy poco no paró nunca de crecer. Sus méritos y la amistad que trabó con Messi en las concentraciones de la Selección le permitieron alcanzar la cima del fútbol, siendo traspasado desde el Liverpool al Barcelona en agosto del 2010. Así, Mascherano pasó a entrenar todos los días con los mejores futbolistas del planeta, al mando de un verdadero técnico de elite como es Pep Guardiola. Fueron, sin duda sus mejores años: pasó de estar en duda por su juego brusco (heredado, decían, de las costumbres de la competición inglesa) a ser considerado una pieza clave en la defensa del club más ganador de los últimos años. En el Barcelona, Mascherano no sólo jugó 333 partidos y conquistó trece títulos. También se renovó futbolísticamente, pasando de ser un volante de marca a un defensor central imprescindible para su equipo.
    Bueno, para ese equipo. Porque en la Selección siguió jugando en el mismo puesto en el que lo hizo debutar Bielsa y en el mismo puesto que ocupó en su debut en River pese al plan inicial del técnico: cinco. Siempre cinco. Como un número de teléfono en una película yanqui, después de jugar como defensor en el Barcelona, Mascherano fue cinco en el Mundial 2014, fue cinco en la Copa América 2015 y fue cinco en la Copa Centenario de 2016.
    Pero en el 2017, todo parecía cambiar. El Barcelona había adquirido nuevos defensores, y confiaba en ellos para jugar sin dar pases largos que no encontraban a un compañero, para robar pelotas con el contrincante de frente y no llegando tarde desde atrás. Uno creería que hasta querían defensores que no metieran con cierta frecuencia goles en su propio arco. Así que a Mascherano le tocó aceptar un rol intrascendente o aceptar irse del club por unos pocos millones de euros. Mientras tanto, en la Selección Argentina, Gollum, digo Sampaoli tomaba las riendas del equipo, en medio de cantos de renovación. De pronto, Mascherano no tenía club ni un lugar en el seleccionado. Así que jugó su última carta.
    El 26 de enero de 2018, Javier Mascherano fue traspasado al Hebei China Fortune de la Superliga de China por un monto de 10 millones de euros. Sin duda un club menor para un jugador con las credenciales del Jefecito, pero un paso necesario en su carrera porque, como él mismo se encargó de aclarar, necesitaba seguir con ritmo de competición para asegurarse la consideración del técnico y, bueno, ser el cinco de la Selección en el Mundial de Rusia. En China no jugaría en ese puesto, claro: Mascherano venía jugando como defensor y en ese rol se desempeñaría en China. Pero él se empeñaría al mismo tiempo en ser, una vez más (ahora lo sabemos: ¡la última!) el cinco de la Selección.
    Luego de declarar sus intenciones en conferencia de prensa, Mascherano esperó. Tal vez levantó el teléfono para hablar con un periodista, o acaso sólo susurró, como Lengua de Serpiente, heladas palabras al oído de Lionel Messi. No se sabe. Lo que sí sabe es que Sampaoli, quien parecía querer prescindir del experimentado ¿central? ¿volante?, comenzó poco a poco a incluirlo en sus planes. Y si bien su presencia en el Mundial parecía cada vez más asegurada, también parecía que su rol sería el de cebarle el mate a sus compañeros.
    Pero entonces sucedieron dos cosas: primero, Lucas Biglia, el que parecía destinado a ser el cinco titular en el planteo de Sampaoli, sufrió una lesión cerca del final de la temporada. Y después, Javier Mascherano volvió a dar una conferencia de prensa: "Soy un soldado que ahora va directo a morir. Esta es mi última batalla. Haré lo que sea tanto dentro o fuera de la cancha. Competí toda mi vida y lo que conseguí me lo gane a pulmón. Mi deber es entrenar al máximo para complicarle la elección al entrenador y aceptaré lo que me toque.”
    Es difícil asegurar que esa conferencia de prensa lo haya cambiado todo, pero lo cierto es que entre una cosa y otra Mascherano comenzó a perfilarse una vez más como el cinco titular. Ante la presión mediática que el mismo jugador había puesto en marcha, acorralado por la lesión y la recaída de Biglia, y con el tic tac efímero del reloj en cuenta regresiva, Sampaoli lo movió del margen al centro, del banco de suplentes a la titularidad, de la línea de defensores al centro del campo. Javier Mascherano fue el cinco de la Selección durante toda la breve estadía argentina en Rusia. Desde ese puesto que le da la responsabilidad de ser el primer encargado de recuperar la pelota ante el avance de la ofensiva rival, y entre pases mal entregados, excursiones al campo contrario para presionar a los defensores y hasta la producción de un penal imbécil, Mascherano vio cómo la Argentina recibía la pavada de nueve goles en contra en sólo cuatro partidos.
    En el medio, el equipo fue un desastre y tras la derrota frente a Croacia algo pareció romperse de forma definitiva entre el técnico y los jugadores. Se sugirió la idea de que serían los futbolistas los responsables de las decisiones tácticas desde ese momento, algo que el mismo Sampaoli no pudo desmentir, y con un Mascherano que daba indicaciones frenéticamente desde el círculo central, la Argentina venció a Nigeria y cayó en un duelo enloquecido y enloquecedor contra Francia. Y si sabemos que Mascherano estaba como loco gritándole a sus compañeros es porque las cámaras exclusivas de la televisión argentina se encargaron de mostrarlo a lo largo de todo el partido. Messi, el hombre al que el fútbol le debía un Mundial, había pasado a un segundo plano y ahora el centro de todas las miradas era ese falso Nerón, que se desesperaba mientras su propia Roma privada era devorada por las llamas.
    Ahora ya no hay un Mascherano. En el mejor de los casos, igual que sucedió con Grima Lengua de Serpiente cuando es desenmascarado por Gandalf, Messi, nuestro Théoden, ya liberado de su influencia, rejuvenecerá como por arte de magia para ayudar a su pueblo en la batalla final contra las fuerzas de la Oscuridad. Acaso cuando por fin Javier Mascherano deje de ser el cinco de la selección, el fútbol podrá pagar su deuda con Messi. Él se lo meressi.

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