La sólida materialidad del rock and roll


Quizás en la guitarra de Ron Asheton haya nacido el punk. Su gusto por la distorsión, el volumen alto y la desprolijidad, sumado a la actitud escénica de su compañero Iggy Pop, dieron forma a una idea del rock que no perdió, aún, su vigencia.
El sonido que forjó para su banda, The Stooges, latía dentro de la distorsión psicodélica que propulsaban los Who y Jimi Hendrix pero también la Velvet Underground y el John Coltrane de aquel entonces. Era un conjunto comandado sobre el escenario por el espíritu siempre inquieto de Iggy Pop. Pero fue con la guía de la guitarra de Ron Asheton que a lo largo de siete años de trabajo impaciente lograron transformar para siempre el sonido del rock de entonces para que sonara, ya desde temprano, como el de hoy.
Pasó así: James Osterberg era un chico que apenas pasaba los veinte años y que se hacía llamar Iggy Pop. Había decidido armar una banda luego de haber asistido a un recital de The Doors y de quedar impresionado por la figura reptil de Jim Morrison. Osterberg entonces se juntó con Dave Alexander, y los hermanos Asheton, Ron y Scott, y para la noche de brujas de 1967 ya estaban haciendo su debut sobre los escenarios de Ann Harbor, Michigan.
The Stooges, el primer disco de la banda liderada por Iggy Pop, salió en 1969. Fue producido nada menos que por John Cale a largo de extrañísimas sesiones: asistía a las grabaciones disfrazado de vampiro, se quejaba del volumen del amplificador de Ron Asheton, quien insistía en subirlo cada vez más.
El segundo álbum, Fun House, el trabajo de la banda más cercano al free jazz, fue lanzado al año siguiente. Contaba con la colaboración de Steve Mackay en saxo y sería la última vez que Asheton estuviera al comando musical de la banda. Cuando, en 1973, después de un prolongado alto en su actividad, los Stooges volvieron al estudio, Asheton fue relegado a la “incómoda posición de bajista”, según diría más tarde. En el medio, algunas cosas habían sucedido: Dave Alexander, encargado original del bajo, había fallecido; la relación con Iggy Pop se había deteriorado (el nombre del grupo cambió a Iggy & the Stooges) y éste, a su vez, se había puesto bajo la dirección de su nuevo amigo, David Bowie. Raw Power fue, durante muchos años, el último disco de los Stooges.
Durante esos años, la banda de Michigan sería, por fin, reconocida como uno de los principales artífices del sonido que empezaría a llamarse punk rock. En el primer hueco de silencio que dejó el cese de la actividad del conjunto, se dejó oír el quejido disconforme y aburrido de la juventud norteamericana. Quejido que ya se había escuchado en los años ’50, con la pelvis de Elvis. Quejido que ya para 1977 se habría expandido como un virus hacia Londres. Los New York Dolls, los Ramones, los Sex Pistols y The Clash no tardaron en hacer pública y explícita la influencia que los discos de los Stooges habían tenido sobre su música.
Fue entonces que, finalmente, la banda alcanzó el reconocimiento de la prensa y se empezó a construir el mito: los Stooges habían creado la música más feroz. Verlos en escena era, según decían, asistir al espectáculo de la energía en movimiento. Iggy pudo armar, a partir de ahí, una sólida carrera como solista. Ron Asheton, por su parte, cimentó su carácter de guitarrista legendario, inventor no tanto de un estilo sino de una manera de pensar la misma ejecución de su instrumento: la desprolijidad, el volumen y la distorsión como elementos compositivos.
En definitiva, el rock encaró de la mano de los Stooges su última y definitiva renovación estética: la actitud escénica y el ruido, pero también el gusto por la canción y las letras cargadas de hastío e ironía.
Porque los Stooges no trataban, como alguien dijo, de “elevar” el noise a la categoría de arte. Más vale, el movimiento era el inverso: demostrar que el arte en realidad es una actividad terrestre y humana. Precisamente, frente al por entonces incipiente avance del rock más “elevado”, propio de conjuntos como Pink Floyd o Jethro Tull, los Stooges levantaron paredes de ruido para señalar la sólida materialidad del rock and roll.
Es decir: ante la ridícula pretensión "progresiva" de convertir a algo como el rock en una forma "apolínea" del arte, la actitud de los Stooges (y el punk) fue radicalmente dionisíaca.
Después de los Stooges, entonces, ya nada fue lo mismo. Debido a la explosión del punk, en Nueva York y en Londres miles de jóvenes se animarían a tomar sus guitarras para construir ellos también un sonido nuevo. La onda expansiva llegó incluso a nuestro país, de la mano de un chico italiano criado en el Reino Unido, Luca Prodan.
En un tiempo signado por las vueltas de bandas que uno creía acabadas, los Stooges se reunieron en el año 2003 para volver a girar e, incluso, grabaron un disco. De algún modo, confirmaron así que no mucho ha cambiado desde el nacimiento del punk rock. Hace dos años visitaron nuestro país y dieron un concierto admirable. Con el peso de la experiencia y el tardío reconocimiento a cuestas, el grupo demostró que el ruido que habían empezado a hacer cuarenta años atrás no podía, todavía, llamarse a silencio.
El 6 de enero pasado, Ron Asheton fue encontrado muerto en su casa. Los Stooges nunca más volverán a tocar. El rock perdió a uno de los músicos más singulares de su corta historia. Quedan los discos: la posibilidad de seguir escuchando la guitarra que no sólo dio forma a la última vanguardia del rock sino que, al hacerlo, supo reproducir hace cuarenta años el ruido propio de nuestra época.

(Y va el agradecimiento a Mauro y a mi madre -sí, sí-, que me ayudaron a redondear este texto)

Publicado originalmente en Revista Ñ el 21 de febrero de 2009.

Comentarios

Margarita dijo…
quedó redondito (de ricota)!!!

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